El repentino fallecimiento de D. José Antonio Álvarez (1975-2025), Pepe como le conocíamos prácticamente todos los sacerdotes de Madrid, ha sido un acontecimiento que nos ha llenado de dolor, pero al mismo tiempo ha sido un verdadero testimonio de la esperanza cristiana en la resurrección. Nacido en nuestra ciudad de Madrid, creció cristiana y vocacionalmente muy cerca de las Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote y de la espiritualidad sacerdotal de García Lahiguera. Fue ordenado presbítero el 18 de junio del año 2000. Conocía en profundidad la vida de la Diócesis, puesto que se le encomendaron diversas misiones en su ministerio presbiteral: vicario parroquial de Nuestra Señora de la Fuensanta, capellán universitario, formador del Seminario menor y profesor del Colegio arzobispal, capellán de las Oblatas de Cristo Sacerdote, secretario personal de Mons. César Franco,formador y rector de nuestro Seminario mayor, y director espiritual de Cursillos de Cristiandad, donde tuvo una relación de especial cercanía con el Siervo de Dios Sebastián Gayá Riera. El papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de nuestra diócesis, siendo ordenado obispo el 6 de julio de 2024.
De su homilía en la Fiesta de Santa Teresa de Calcula en las Misioneras de la Caridad del Paseo de la Ermita del Santo:
«Qué bien ha comprendido ella [santa Teresa de Calcuta] que nuestro camino es un camino de siembra, de pequeñas semillas, que hacen posible superar el desaliento o el éxito inmediato. Algo que también nosotros, querido hermanos, tenemos que aprender. Seguir sembrando, no como salvadores sino como testigos de esperanza que contribuyen al gran deseo de Dios: que los hombres vivan.
Decía también Madre Teresa: “los pobres son la esperanza del mundo porque nos proporcionan la ocasión de amar a Dios a través de ellos. Son el don de Dios a la humanidad para que nos enseñen una manera diferente de amarlo, buscando siempre la manera de dignificarlos y rescatarlos”. Es necesario, hermanos, también aprender a mirar así, como ella, la realidad. Movidos y sostenidos por la Palabra de Dios, que nos permite comprender, más allá de nuestra lógica humana, que es siempre tan limitada, o quedándonos como tantas veces lo hacemos en nuestros prejuicios, o en nuestra simple ideología. Los pobres son la esperanza porque nos permiten amar a Dios a través de ellos.
Y finalmente la Madre Teresa sufrió por la esperanza, fue forjada en la cátedra de la esperanza (…) Ser peregrino de esperanza, queridos hermanos, nos dispone también a vivir las noches de nuestra vida, las dificultades que a veces se nos pueden presentar y se nos presentan, pero siempre unidos a quien es la fuente de esperanza y de toda sabiduría, Jesucristo el Señor. Él, en el misterio de la Pascua, nos ha revelado su Amor, un amor verdadero porque es un amor hasta el extremo. Un amor que no ha rehuido nada de lo humano, haciendo también suyo nuestros límites y nuestros sufrimientos, para hacernos así partícipes de la vida plena y redimida.»
Homilía del Cardenal en la Misa del día de su fallecimiento:
Noticia de la Misa en el día de su sepultura y homilía del Cardenal: