Tras la celebración de la Eucaristía jubilar en la Catedral, tuvo lugar en el Seminario Conciliar de Madrid otro de los momentos importantes del día, el homenaje «entrañable a todos los que celebraban los 25. 50, 60 y 70 años de ordenación.
Recogemos el testimonio de Luis Lopez, con motivo de sus 25 años de ordenación:
No a nosotros Señor no a nosotros, sino a tu nombre da la Gloria (Sal 115,1)
Al recordar estos 25 años de ordenación me viene a la mente aquel momento previo, enteramente singular en la vida de cada uno, en el que la voz de Dios, su llamada, se nos hizo reconocible. Ese momento único que inauguró una nueva conciencia de nosotros mismos, en una mezcla de asombro y alegría, porque nuestro corazón había experimentado el encuentro con Aquel que lo llenaba. Porque el Señor había puesto en nosotros el deseo de querer vivir para Él y desde Él. Con Él. Porque aquella llamada incluía una promesa: venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mt 4,19). Lo dejó claro: Él lo haría. Para que El mismo, a través de nuestro pobre ministerio, siguiera alcanzando a muchos.
Al cumplirse estos 25 años, doy gracias a Dios porque aquella promesa se ha llenado de nombres, se ha llenado de momentos y de lugares donde hemos podido experimentar con asombro cómo Dios va haciendo las cosas. Doy gracias a Dios por tantas historias personales a lo largo de estos años, en los que ha cumplido su promesa del ciento por uno. Por tantas personas que el Señor ha puesto en nuestra vida, que han sido para nosotros hermanos, padres y madres. Más que amigos. Que nos han abierto no solo las puertas de sus casas sino de sus propias vidas. Que nos quieren, que nos ayudan. Por tantas personas con las que trabajamos cada día o que están sencillamente en nuestras parroquias o en los ámbitos en los que nos movemos. Por tanta gente maravillosa – hay que decirlo- que, con su entrega, su fidelidad, su profunda vida de fe, son un estímulo también para nosotros, una llamada continua a vivir con fidelidad aquello que somos: con ellos, hermanos; para ellos, sacerdotes.
Doy gracias a Dios por el don de la fraternidad sacerdotal que experimentamos con quienes hemos compartido la vida y la tarea a lo largo de estos años. Por quienes tengo actualmente a mi lado. Yo doy gracias por mis compañeros de curso, cuya compañía es un regalo permanente desde el principio. Por el don de la paternidad espiritual de aquellos que nos han acompañado, de quienes tanto hemos recibido a lo largo de todo este tiempo.
Pero, sobre todo, doy gracias a Dios por su misericordia.
Al evocar estos 25 años, todo lo vivido, vuelve a mí un asombro, todavía mayor que el inicial, al considerar que el Señor se haya fiado de mí. 25 años experimentando mi propia limitación, mis rebeldías, mis cansancios, que mi generosidad era relativa, mi caridad limitada, mi falta de paciencia inquietante. Y, entonces, caer en la cuenta: pero tu Señor…tu lo sabías. Tu conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Porque, en el fondo, lo más relevante en todos estos años no han sido las cosas que hicimos o dejamos de hacer. No es la reseña biográfica. Lo más relevante es lo que Dios ha hecho. Es el hilo invisible de su misericordia y su fidelidad con el que ha ido tejiendo el pobre paño de nuestra vida. Ese hilo invisible con el que el Señor, en su providencia, atraviesa la historia personal, le da consistencia, remienda sus descosidos, para que llegue a realizarse aquello que quiere para cada uno.
Doy gracias a Dios porque aún en los momentos más difíciles, en los que nos hemos podido sentir el peso del cansancio, del desánimo o la tristeza, en esos momentos en los que hemos conectado como nunca con el corazón abatido de Pedro en Tiberiades, hemos vuelto a escuchar aquella pregunta que es capaz de reconstruir vidas: “Simon, hijo de Juan, ¿me amas?”. Y antes de que nuestra mente, aún aturdida, pudiera pensarlo, antes de que nuestros labios pudieran musitar una palabra, nos dimos cuenta de que el corazón ya se había lanzado a responder: Señor, tú lo sabes todo (..)
No a nosotros Señor no a nosotros, sino a tu nombre da la Gloria
Doy gracias a Dios y me uno a la acción de gracias particular de todos y cada uno de los que hoy conmemoramos el 25º aniversario de ordenación a lo largo de este año jubilar 2025. Con todos aquellos con quienes compartimos nuestra vida cotidiana. Con todos aquellos que el Señor ha puesto en nuestra vida como signo de su providencia. Damos gracias en la esperanza de que Dios, que comenzó en nosotros la obra buena, Él mismo la lleve a término.